Quizas sea
que le hayamos sacado
buena ventaja a la poesía
en nuestra carrera fatídica
por llegar primero a no se donde,
que el papel moneda
nos haya fascinado
con sus marcas al agua
y su calidad de estampado
inmensamente más que
cualquier edición
de veinte poemas de amor
y una canción desesperada.
O que el querer ser
lo que no somos
haya dejado morirse de frío
noche trás noche
a la entrañabilidad de nuestros hogares
en la infancia
mientras sostenemos pieles de chinchilla
a media altura
sobre nuestros antebrazos
con pose de príncipe imperial
de cualquier corte europea
siglos a.
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