Danza, gran oso
por las laderas de verde foresta
rasgando el velo de la niebla
en las plomizas mañanas.
Escapa en cada paso más lejos
del tunel cegado
al que miedosos cazadores te empujan.
Esquiva el destino
tallado en el principio de los siglos
en el tronco milenario
de un roble perdido
en el interior de los bosques.
Arremete contra el devenir manufacturado
en el que se sumen tus hijos.
No dejes que sea una mano
la que describa la orden de tu muerte.
Escóndete, grán oso.
Que no llegue el día
en que te distinga temeroso
entre los matorrales escondido
tras asomarme a un frondoso valle
desde el acantilado
que marca el final de los días.
Porque será ese el último de ellos.
porque no habrá más vida
que la que desde tu torso fluya.
Que no sean mis ojos los traidores
que te descubran agazapado, escondido,
huido, encontrado.
Maldito sea el hijo de tu sangre
que encuentre una de tus huellas
porque habrá encontrado la muerte con ella.
Funesto será el final de la senda
que sube a la cima del pico,
que se deja engullir
por la gran inmensidad de las brumas blancas.
Cuando sople el viento del oreste
y tras levantar el gran velo lechoso
te descubra, gran oso
erguido y olisqueando la defunción inminente.
Con los últimos colores del día a tu espalda,
con el cielo ensangrentado de tu sangre,
homenajeando la estirpe que contigo se pierde.
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