El día que nací yo
te estuve esperando
pero no acudiste a la cita.
Te habías escapado
con dos niños borrachos
porque eran mayores que tú,
y que yo,
que te habían encandilado
con su juego estúpido.
Querían ser mayores,
¡por Dios, a los tres años!
Desde entonces te espero.
Veo cada tarde por la ventana de la cocina
como juegas, te enzarzas, retozas
y te arrastras por el barro de los charcos
siempre con la botella en la mano.
Y yo espero.
Espero sin decirte nada
a que te venza la tristeza,
a que necesites amor,
a que vengas a por tus cinco minutos de nido
para volver después a la calle
con tus dos amigos borrachos.
Aquí te espero
hasta que los cinco minutos vengan.
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