Añoro jugar al baloncesto
como Orson Welles en “Ciudadano Kane” añoraba el trineo que tenía cuando era niño.
Por eso me gusta ir a la cancha de vez en cuando
a tirarme cuesta abajo por la línea de fondo,
a echarme a volar hasta llegar al cielo
que es el aro,
a hacer esa locura que es tirar un triple
mirando el aro de reojo y a mi mismo,
haciendo ese ejercicio místico que es tirar un triple,
encontrando ese estado del alma que resulta de ella
al mezclarse con el eterno sucio fluido del universo.
Y me pregunto si en vez de buscar
no habrá que ser,
y punto.
Escuchando “Lost” de The Cure
me siento también perdido, como siempre.
Como durante toda mi adolescencia
y durante mi vida posterior hasta ahora.
Como cuando jugaba al baloncesto
en aquella pista siempre mojada y resbaladiza,
llena de baches causados porque las raíces de los árboles aledaños
salían a la superficie para hacer que el balón te botara mal
o que te estamparas contra el suelo al tropezar con una de ellas.
Después lo dejé,
y ahora he vuelto de nuevo,
me siento como si Orson Welles en “Ciudadano Kane”
hubiese encontrado su trineo en el cuarto de los trastos viejos
y no hubiesen pasado los años,
como si la nieve siguiese ahí
y nunca se fuese a derretir, eternamente
cero grados.
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