Pues había un chorbo que se dedicaba a hacer rayitas dibujadas, pequeñitas, alineadas una detrás de otra, llenando grandes superficies de papel. Esto no sería nada del otro mundo si no fuese porque esto es lo único que este hombre hacía en la vida, rayitas. Y se ganaba un pastón encima, supongo, porque era un artista famoso. Y ¿porqué las hacía?, mejor dicho, ¿porqué era lo único que hacía en la vida este señor?, ¿qué lo motivaba? Porque si quisiera hacer pasta hay maneras menos tediosas y absurdas, anque solo sean poco menos absurdas. Como por ejemplo salir en la tele, porque todo el mundo que sale en la tele que quiere ganar pasta la gana, porque sales en la tele un día, así, de refilón, porque hace mucho viento en La Coruña y están grabando en el paseo de la playa y tu resulta que paseabas por el paseo de la playa y en aquel preciso instante la direción en que apuntaba la cámara se cruzó con la de tu trayectoria, durante escasos tres milisegundos, y al día siguiente llamas a la puerta de cualquier tele chunga, que las hay, de hoy en día, vaya que si las hay, y al día siguiente por la tarde te ponen una pareja, con la que supuestamente estas enrrollao, y al día siguiente rompeis y ya está, forraos los dos. Esto es de dominio público, entiendo. Por lo tanto no hace falta hacer algo como rayitas para forrarse. El tío lo hacía porque cada vez que hacía una significaba que estaba vivo. Era una reafirmación sucesiva de su condición de morador de este Mundo. Decía que eso le hacía ser plenamente consciente, en cada uno de los instantes en que hacía una rayita, y dedicaba su vida a eso, de que existía. A veces, yo creo que deberíamos rellenar aunque fuese una cuartilla.
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